La dama
del vestido verde
Conversación en dos actos
I
- La conocí y fue una nube violeta.
La miré, y con vapores se hizo carne y fuimos volando como cuando soñás que
volás pero estás nadando en el aire. Era hermosa hasta que se fue muriendo.
- Nadie entiende. No es una flor. En
realidad es invisible, como los pájaros.
- No, no. Yo la veía. Y hasta la vi
mutando. Una noche se hizo estufa y en un instante era Camille. Pero se fue
muriendo así, en mis brazos, hasta que de pronto yo también sentí la muerte.
-
Nadie entiende. No es una flor. En realidad es invisible, como los pájaros.
- Pero si yo la olía y me llenaba la
nariz de ella, y la tocaba hasta que mutó en un dios y me reí. Y quise hundirla
y atarla, era la muerte; pero desgarró sus ropas y me mostró su sexo y envenenó
una flecha. Y hubo semen y hubo sangre, era la muerte.
- Nadie entiende. No es una flor. En
realidad es invisible, como los pájaros.
II
- Escuchame. Sus gemidos y su gato
me despiertan en un circo. La desarmo, soy feliz mientras la bebo en el
recuerdo. Escuchame, era violeta y blanca y violeta, pero nunca quiso invierno.
- Nadie entiende. Vos lo sabés. A
las flores las tocás y todo es muerte. Pero era un juego. Ella fue siempre un
juego.
- Pero si el juego es siempre otro.
Ay, si Camille no fuese nunca piedra. Ay, si al Olimpo ascendiera tan solo una
termita. Pero vos. Pero ella. Y Dios.
- Nadie entiende. Vos lo sabés. A
las flores las tocás y todo es muerte. Pero era un juego. Ella fue siempre un
juego.
- Escuchame. Mirame este desierto,
este holocausto, este panfleto inadvertido. Mirame, decime si no entiendo. Pero
si soy sólo un muerto.
- Ya entendiste. Es invisible como
los pájaros. Ya entendiste, no es una flor que se toca y todo es muerte. Vos lo
sabés, ella era un juego. Ya entendiste, siempre un juego.