Todo comenzó en pequeño lugar,
un pueblo que ya no recuerdo.
Un joven desafiando unas copas
y ella observando con su alma de cazador.
Y aunque su presa nunca quiso escapar,
ella hundió su vieja espada en la piel del animal.
Pocas fueron las palabras,
rápidamente se encontraron en su cabaña sombría.
Una cama y cigarrillos, el paisaje del instinto,
del amor sin amor.
Ambos desnudos y en silencio,
sólo sus gemidos de dolor y placer.
Jugaban, invadiéndose los dos,
sonriendo sin saber por qué, flácidos, invadiéndose.
Nuevos mundos, dolor y placer,
ocultos los dos.
Y así, hasta terminar dormidos los dos,
de dolor y placer.