lunes, 13 de mayo de 2013
Rebelión
Incluso las guerras,
la total destrucción ritual
o la sangre que anega la tierra.
Incluso los dioses y el vapor,
los siete mares,
el diluvio universal.
Incluso el humo
que todo lo ennegrece,
la noche en sí misma se agazapa.
Todo corre riesgo tras tu imagen.
Todo puede ser en ti un mañana.
Eos
Ay, tus sonrosados dedos
se presentan ahora abrasadores,
punzantes blancos rayos de piel.
Ven, lentamente
y de plata siempre;
precede este eterno renacer
como si todo estuviese oculto,
destruye el ébano
oh Diosa de lo inmaculado.
Fuera de ti, ardiente estrella,
ya nada gris existe.
Fuera de ti, la más ardiente,
todo se diluye y no hay mirar.
se presentan ahora abrasadores,
punzantes blancos rayos de piel.
Ven, lentamente
y de plata siempre;
precede este eterno renacer
como si todo estuviese oculto,
destruye el ébano
oh Diosa de lo inmaculado.
Fuera de ti, ardiente estrella,
ya nada gris existe.
Fuera de ti, la más ardiente,
todo se diluye y no hay mirar.
miércoles, 24 de abril de 2013
Proyecciones
Lo tenue de tu iluminación de Ninfa,
del líquido fuego que me anega
y en él me desbordo,blanco manantial,
muerte oscura,
muerte efímera.
Vertiginosa,
punzante como eso imposible que me subyace,
eso que me vomita,
que me destripa.
Ay, si ese hilo de muñecas,
esos ojos,
ese lenguaje indiferente,
si algo de ello permaneciese
y pudiese yo acceder
fuera de toda proyección,
toda absurdidady toda sordidez sería vana.
Ahí el placer.
jueves, 6 de septiembre de 2012
Salvador (2º Parte)
IV
La Casa-Estudio se asoma al mar.
Allí desembarca con sus ventanales. Marcelo incendia el lugar. Al entrar siento
su mirada, su piel, sus labios; la magia y la potencia voluptuosa de su trópico.
Algo dentro mío empieza a modificar su ritmo. Sus gestos, sus palabras anuncian
tormentas, huracanes. Allí voy con mi carpeta. Él bebe cerveza. Suma un plato con
maní. Silencio. Me mira. Lo veo mirar. Me pide el guión y lee. Saborea las
palabras. Se excita. Marcelo juega con las hojas en sus dedos. Sus labios
modulan cada frase en silencio. Su cuerpo sigue el compás de mi relato.
Cerveza. Suspenso. La pausa es infinita. Estoy por entrar en un abismo y mis
manos bordean la pana del sofá. Cristina, dónde estás. Marcelo vuelve a leer de
principio a fin. No lo soporto. Cristina vení. Levanta la vista y veo en sus
ojos el mar que se desborda. Pretexto jaqueca. Taxi.
V
Pasaron
muchos días. Van gastándose mis zapatos en un ida y vuelta hacia el mar. Voy en
busca de consuelo, de inspiración, no lo sé. Los silencios de Marcelo, los
silencios de Cristina, todos los silencios comienzan a hacerse falta de aire,
de vida; casi no respiro. Pienso en el abandono, en la capitulación. No puedo esperar
más. Se acaba el deseo. No puedo pensar, no me permito sentirlo. Otra vez me
entierro en la soledad del final. Veo el inicio del derrumbe, me ciego. Apocalipsis.
Ahora. ¡Ya!
Todavía es de mañana. Fue una noche
muy larga, quizás la noche más larga del año. Desde el bar puedo divisar la
playa. Fumo y T. S. Eliot sigue sobre la mesa en su Asesinato en la Catedral.
Permanezco inmóvil. Veo la figura de Marcelo recortándose en la puerta y su anónimo
ejército de glamour rodeándolo. Me abraza y percibo su mirada nuevamente
ardiente.
—
La historia tiene mucha potencia, mucha luz. Conseguí el dinero para filmar y quiero
que comencemos mañana mismo en mi casa. Te espero.
Marcelo se va sin dejar lugar a mi
respuesta. Tiene el control. Vuelvo a casa y Cristina sigue en silencio. Mi
asombro me mantiene sumergido debajo de cualquier palabra. Otra vez Morrisey
mientras preparo el mate y me tumbo en la hamaca y la imaginación se mezcla en
la ansiedad del sueño.
VI
Todo se encuentra en el
lugar preciso al entrar a la Casa-Estudio. Como sometido a un orden superior,
se respeta cada línea del libro que entregué. Acción. Con goce intenso veo
fluir una escena tras otra. Preparo gin tónic y veo manos, veo rostros, veo el
juego que se inicia y no se detiene. Puedo observarlo todo, moldearlo todo,
destruir cada cosa que se crea y formar mundos de belleza inigualable. De
pronto mi ojo se detiene en la unidad que forman Marcelo y Cristina, ya no
recreando sino creando algo que se me presenta ajeno. Son sus miradas, sus
palabras, sus movimientos los que trazan eso que no podía ver, que se me
ocultaba, eclipsado por la dirección que le imponía a la realidad. Otra vez el
abismo, mis manos se disuelven, me veo caminando rumbo al mar y allí, tendido
entre las piedras, estoy listo para el fin.
Salvador (1º parte)
I
Despierto. Pongo el disco de
Morrisey que me regaló Cristina. Mate amargo. Media hora de elipsis. Oh mi
amor, te extraño, nada me completa más, me dolés en todo el cuerpo; y te deseo,
y te destrozaría con los dedos como gilletes
y te ataría de un piecito para que no te vueles, globo, globito hermoso.
Salgo a recorrer la ciudad. Veo el
samba en los ojos de una negra, veo la silla en la que te sentarías ahora
mismo, cruzándote de piernas. Y hablarías de Camus, de Breton, de nosotros.
Pero no, no estás. Te busco y no aparecés como siempre entre mis milanesas.
Desapareciste. Freno en un bar y almuerzo sin vos. Sigue mi caminata como en
éxodo eterno. A media tarde me dirijo a la dirección que me dio su tía. Luego
de tres semanas me he decidido. Timbre.
—
¡Que sorpresa!
—
Hola ¿Como estás?
—
Muy bien. Pasá. Que lindo verte. — Cristina habla como si el tiempo fuese
irreal.
—
Permiso, ¿no estás ocupada?
—
No, para nada. ¿Querés tomar unos mates? — me dice con extrema naturalidad
mientras continúa con sus tareas de hogar.
Hablamos
sin demasiada hondura, con el miedo vistiendo las palabras. Sin embargo nos
vamos a la cama y luego nos dormimos con un último Lucky a medias y nos despertamos cerca de las nueve. Ella prepara
té. Tu risa me recuerda un personaje de Bukowski que desearía olvidar, es
decir, desearía olvidarte, o desarmarte, deconstruirte de a pedacitos, por un
lado tu sonrisa (directo a la basura, siniestra), luego tu inteligencia y tu
amabilidad y tu lascivia, después las manos de gilletes (creo que también a la basura, o a una canción, o a un
primer plano), y así seguiría con los restos de tu amor, tu gata, tu sexo,
hasta que desaparezcas y puedas renacer.
II
Caminamos
unas cuadras y luego tomamos un taxi. Nos dirigimos a un bar al aire libre en
el Pelourinho. Me gusta. Me gusta la sensación que recorre mi cuerpo. Extraño
Buenos Aires, pero Salvador juega conmigo. En una mesa, dos jovencitas
comienzan a besarse mezclando su saliva y una de ellas agrega sus lágrimas.
Creo que prefiere los besos con sal. Las luces del bar generan buen clima y la
bebida también es buena. Siento que el entorno provoca excitación en Cristina.
Ángel, ninfa, demonio, carne, recorrido exasperante hacia el placer supremo, noble
y sucio; me invitás al naufragio, a la locura, al desenfreno, me torturás en un
viaje de pieles, ésta es tu escena de presa transformándose, mutando hasta la
tristeza infinita del final. Nuestra conversación se basa en recuerdos.
Revuelvo sensaciones de púber. El secundario en Flores y ella: ella, estudiante
de Letras; ella y su desparpajo, ella y la sensualidad en la piel, la mirada
perdida en el mar, los discos de Jobim, el olor del café madrugando. Se me
acabó el trago. Otro más. Y otro para ella, por favor. Ahh y su imagen en la
cama, su vaivén, y otra vez las manos de gilletes
cuando volás porque yo no quiero que vueles, no, quiero tu vaivén acá abajo,
mío, mío, con tu voz y tu olor a esa marca de cremas para piel, y te quiero
imaginando nuestras caras mezclándose.
—
Quiero caminar hacia el mar. ¿Vamos? — Su voz es seca. Vuelvo.
—
Sí, claro. Te acompaño.
Bajamos por la Rua Fonte do Boi
hacia la playa. Enciendo un Lucky
mientras caminamos. Ella no fuma, nadie habla. Al llegar vemos unas mujeres
danzando frente a su diosa. La imagen de Yemayá las observa desde un mar que
ruge. El sol entra en las aguas y mi brazo se desliza por la cintura de
Cristina. Siento su calor. Nos recostamos sobre la arena mientras el fuego
alumbra los cuerpos de las Orishas. Flores, collares y pieles, el universo
hecho danza y mujer, y comienzo a rozarte, a invadir tu mapa; te descubro
viajando desde el África hacia mi sexo. Negra, tu vaivén vuelve, el ritmo, un
tambor. El fin.
III
La arena de ayer se me hace carne
ahora. Combate mis entrañas. Estoy aquí y hay nubes, o allí y la sed se adhiere
a nuestra piel como en un sueño. Ya son ocho semanas de mirar paredes, de
discos, y salir a emborracharnos; de estar bajo sus órdenes. Entonces la estoy
viendo. Camina igual que siempre. Habla igual que siempre.
—
Te quiero presentar a alguien. Te va a dar vuelta. Estoy segura. Le comenté
sobre tus guiones y está interesado. - Habla igual que siempre y sin embargo la
escucho como si estuviésemos dentro de una habitación con paredes de humedad.-
Se llama Marcelo, ya está por llegar. Cena con nosotros, ¿no te importa, no?
—
No, está bien.
Quince
minutos más de Luckys y llega
Marcelo. Seré amable. Es decir, seré lo más amable que pueda.
—
¡Hola! Subí, subí. Ignacio te espera. — su calidez me obliga a sonreír.
—
Boa noite! ¿Cómo está mi Cristinita?
—
Muito bem. ¿Te preparó té?
Marcelo bebe el té. Él me escucha. A
su vez, me escucho hablar sobre el guión que vengo preparando hace ya un tiempo.
Cristina se acerca silbando Beatles y se sienta en el sofá, a mi lado. Empieza
una conversación que no logro asimilar completamente. Hay algo en el bahiano
que me distrae y no puedo reconocer qué es. La escena nace sencilla:
"Desplazamiento de objeto deseado". ¿Quién no desearía poder ser
otro? Hay personas que a través de los años perseveran en la idea de presentársenos
como fantasmas. Caminan a nuestro lado y sentimos la inmensidad del dolor.
Nuestra sangre fluye agitada y posamos nuestros ojos en un vidrio. Es el amor
de muerte.
lunes, 18 de junio de 2012
La dama del vestido verde
La dama
del vestido verde
Conversación en dos actos
I
- La conocí y fue una nube violeta.
La miré, y con vapores se hizo carne y fuimos volando como cuando soñás que
volás pero estás nadando en el aire. Era hermosa hasta que se fue muriendo.
- Nadie entiende. No es una flor. En
realidad es invisible, como los pájaros.
- No, no. Yo la veía. Y hasta la vi
mutando. Una noche se hizo estufa y en un instante era Camille. Pero se fue
muriendo así, en mis brazos, hasta que de pronto yo también sentí la muerte.
-
Nadie entiende. No es una flor. En realidad es invisible, como los pájaros.
- Pero si yo la olía y me llenaba la
nariz de ella, y la tocaba hasta que mutó en un dios y me reí. Y quise hundirla
y atarla, era la muerte; pero desgarró sus ropas y me mostró su sexo y envenenó
una flecha. Y hubo semen y hubo sangre, era la muerte.
- Nadie entiende. No es una flor. En
realidad es invisible, como los pájaros.
II
- Escuchame. Sus gemidos y su gato
me despiertan en un circo. La desarmo, soy feliz mientras la bebo en el
recuerdo. Escuchame, era violeta y blanca y violeta, pero nunca quiso invierno.
- Nadie entiende. Vos lo sabés. A
las flores las tocás y todo es muerte. Pero era un juego. Ella fue siempre un
juego.
- Pero si el juego es siempre otro.
Ay, si Camille no fuese nunca piedra. Ay, si al Olimpo ascendiera tan solo una
termita. Pero vos. Pero ella. Y Dios.
- Nadie entiende. Vos lo sabés. A
las flores las tocás y todo es muerte. Pero era un juego. Ella fue siempre un
juego.
- Escuchame. Mirame este desierto,
este holocausto, este panfleto inadvertido. Mirame, decime si no entiendo. Pero
si soy sólo un muerto.
- Ya entendiste. Es invisible como
los pájaros. Ya entendiste, no es una flor que se toca y todo es muerte. Vos lo
sabés, ella era un juego. Ya entendiste, siempre un juego.
viernes, 9 de marzo de 2012
Vuelves en gris
(Vuelvas a casa - Coiffeur con Lisandro Aristimuño)
Vuelve tu gris, me inunda
y desbordo grises lágrimas.
Vuelve tu gris, se aclara,
se hace mañana, sexo suave.
Vuelve tu gris, de noche,
es dolor de ébano, son tus miedos.
Vuelve tu gris, te mueves,
danzas en sollozos humeantes.
7/3/12
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