...entendiendo la necesidad de un bastón para el corazón...

jueves, 6 de septiembre de 2012

Salvador (1º parte)



I

            Despierto. Pongo el disco de Morrisey que me regaló Cristina. Mate amargo. Media hora de elipsis. Oh mi amor, te extraño, nada me completa más, me dolés en todo el cuerpo; y te deseo, y te destrozaría con los dedos como gilletes y te ataría de un piecito para que no te vueles, globo, globito hermoso.
            Salgo a recorrer la ciudad. Veo el samba en los ojos de una negra, veo la silla en la que te sentarías ahora mismo, cruzándote de piernas. Y hablarías de Camus, de Breton, de nosotros. Pero no, no estás. Te busco y no aparecés como siempre entre mis milanesas. Desapareciste. Freno en un bar y almuerzo sin vos. Sigue mi caminata como en éxodo eterno. A media tarde me dirijo a la dirección que me dio su tía. Luego de tres semanas me he decidido. Timbre.
— ¡Que sorpresa!
— Hola ¿Como estás?
— Muy bien. Pasá. Que lindo verte. — Cristina habla como si el tiempo fuese irreal.
— Permiso, ¿no estás ocupada?
— No, para nada. ¿Querés tomar unos mates? — me dice con extrema naturalidad mientras continúa con sus tareas de hogar.
Hablamos sin demasiada hondura, con el miedo vistiendo las palabras. Sin embargo nos vamos a la cama y luego nos dormimos con un último Lucky a medias y nos despertamos cerca de las nueve. Ella prepara té. Tu risa me recuerda un personaje de Bukowski que desearía olvidar, es decir, desearía olvidarte, o desarmarte, deconstruirte de a pedacitos, por un lado tu sonrisa (directo a la basura, siniestra), luego tu inteligencia y tu amabilidad y tu lascivia, después las manos de gilletes (creo que también a la basura, o a una canción, o a un primer plano), y así seguiría con los restos de tu amor, tu gata, tu sexo, hasta que desaparezcas y puedas renacer.

II

Caminamos unas cuadras y luego tomamos un taxi. Nos dirigimos a un bar al aire libre en el Pelourinho. Me gusta. Me gusta la sensación que recorre mi cuerpo. Extraño Buenos Aires, pero Salvador juega conmigo. En una mesa, dos jovencitas comienzan a besarse mezclando su saliva y una de ellas agrega sus lágrimas. Creo que prefiere los besos con sal. Las luces del bar generan buen clima y la bebida también es buena. Siento que el entorno provoca excitación en Cristina. Ángel, ninfa, demonio, carne, recorrido exasperante hacia el placer supremo, noble y sucio; me invitás al naufragio, a la locura, al desenfreno, me torturás en un viaje de pieles, ésta es tu escena de presa transformándose, mutando hasta la tristeza infinita del final. Nuestra conversación se basa en recuerdos. Revuelvo sensaciones de púber. El secundario en Flores y ella: ella, estudiante de Letras; ella y su desparpajo, ella y la sensualidad en la piel, la mirada perdida en el mar, los discos de Jobim, el olor del café madrugando. Se me acabó el trago. Otro más. Y otro para ella, por favor. Ahh y su imagen en la cama, su vaivén, y otra vez las manos de gilletes cuando volás porque yo no quiero que vueles, no, quiero tu vaivén acá abajo, mío, mío, con tu voz y tu olor a esa marca de cremas para piel, y te quiero imaginando nuestras caras mezclándose.
— Quiero caminar hacia el mar. ¿Vamos? — Su voz es seca. Vuelvo.
— Sí, claro. Te acompaño.
            Bajamos por la Rua Fonte do Boi hacia la playa. Enciendo un Lucky mientras caminamos. Ella no fuma, nadie habla. Al llegar vemos unas mujeres danzando frente a su diosa. La imagen de Yemayá las observa desde un mar que ruge. El sol entra en las aguas y mi brazo se desliza por la cintura de Cristina. Siento su calor. Nos recostamos sobre la arena mientras el fuego alumbra los cuerpos de las Orishas. Flores, collares y pieles, el universo hecho danza y mujer, y comienzo a rozarte, a invadir tu mapa; te descubro viajando desde el África hacia mi sexo. Negra, tu vaivén vuelve, el ritmo, un tambor. El fin.

III

            La arena de ayer se me hace carne ahora. Combate mis entrañas. Estoy aquí y hay nubes, o allí y la sed se adhiere a nuestra piel como en un sueño. Ya son ocho semanas de mirar paredes, de discos, y salir a emborracharnos; de estar bajo sus órdenes. Entonces la estoy viendo. Camina igual que siempre. Habla igual que siempre.
— Te quiero presentar a alguien. Te va a dar vuelta. Estoy segura. Le comenté sobre tus guiones y está interesado. - Habla igual que siempre y sin embargo la escucho como si estuviésemos dentro de una habitación con paredes de humedad.- Se llama Marcelo, ya está por llegar. Cena con nosotros, ¿no te importa, no?
— No, está bien.
Quince minutos más de Luckys y llega Marcelo. Seré amable. Es decir, seré lo más amable que pueda.
— ¡Hola! Subí, subí. Ignacio te espera. — su calidez me obliga a sonreír.
— Boa noite! ¿Cómo está mi Cristinita?
— Muito bem. ¿Te preparó té?
            Marcelo bebe el té. Él me escucha. A su vez, me escucho hablar sobre el guión que vengo preparando hace ya un tiempo. Cristina se acerca silbando Beatles y se sienta en el sofá, a mi lado. Empieza una conversación que no logro asimilar completamente. Hay algo en el bahiano que me distrae y no puedo reconocer qué es. La escena nace sencilla: "Desplazamiento de objeto deseado". ¿Quién no desearía poder ser otro? Hay personas que a través de los años perseveran en la idea de presentársenos como fantasmas. Caminan a nuestro lado y sentimos la inmensidad del dolor. Nuestra sangre fluye agitada y posamos nuestros ojos en un vidrio. Es el amor de muerte.

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