I
Despierto. Pongo el disco de
Morrisey que me regaló Cristina. Mate amargo. Media hora de elipsis. Oh mi
amor, te extraño, nada me completa más, me dolés en todo el cuerpo; y te deseo,
y te destrozaría con los dedos como gilletes
y te ataría de un piecito para que no te vueles, globo, globito hermoso.
Salgo a recorrer la ciudad. Veo el
samba en los ojos de una negra, veo la silla en la que te sentarías ahora
mismo, cruzándote de piernas. Y hablarías de Camus, de Breton, de nosotros.
Pero no, no estás. Te busco y no aparecés como siempre entre mis milanesas.
Desapareciste. Freno en un bar y almuerzo sin vos. Sigue mi caminata como en
éxodo eterno. A media tarde me dirijo a la dirección que me dio su tía. Luego
de tres semanas me he decidido. Timbre.
—
¡Que sorpresa!
—
Hola ¿Como estás?
—
Muy bien. Pasá. Que lindo verte. — Cristina habla como si el tiempo fuese
irreal.
—
Permiso, ¿no estás ocupada?
—
No, para nada. ¿Querés tomar unos mates? — me dice con extrema naturalidad
mientras continúa con sus tareas de hogar.
Hablamos
sin demasiada hondura, con el miedo vistiendo las palabras. Sin embargo nos
vamos a la cama y luego nos dormimos con un último Lucky a medias y nos despertamos cerca de las nueve. Ella prepara
té. Tu risa me recuerda un personaje de Bukowski que desearía olvidar, es
decir, desearía olvidarte, o desarmarte, deconstruirte de a pedacitos, por un
lado tu sonrisa (directo a la basura, siniestra), luego tu inteligencia y tu
amabilidad y tu lascivia, después las manos de gilletes (creo que también a la basura, o a una canción, o a un
primer plano), y así seguiría con los restos de tu amor, tu gata, tu sexo,
hasta que desaparezcas y puedas renacer.
II
Caminamos
unas cuadras y luego tomamos un taxi. Nos dirigimos a un bar al aire libre en
el Pelourinho. Me gusta. Me gusta la sensación que recorre mi cuerpo. Extraño
Buenos Aires, pero Salvador juega conmigo. En una mesa, dos jovencitas
comienzan a besarse mezclando su saliva y una de ellas agrega sus lágrimas.
Creo que prefiere los besos con sal. Las luces del bar generan buen clima y la
bebida también es buena. Siento que el entorno provoca excitación en Cristina.
Ángel, ninfa, demonio, carne, recorrido exasperante hacia el placer supremo, noble
y sucio; me invitás al naufragio, a la locura, al desenfreno, me torturás en un
viaje de pieles, ésta es tu escena de presa transformándose, mutando hasta la
tristeza infinita del final. Nuestra conversación se basa en recuerdos.
Revuelvo sensaciones de púber. El secundario en Flores y ella: ella, estudiante
de Letras; ella y su desparpajo, ella y la sensualidad en la piel, la mirada
perdida en el mar, los discos de Jobim, el olor del café madrugando. Se me
acabó el trago. Otro más. Y otro para ella, por favor. Ahh y su imagen en la
cama, su vaivén, y otra vez las manos de gilletes
cuando volás porque yo no quiero que vueles, no, quiero tu vaivén acá abajo,
mío, mío, con tu voz y tu olor a esa marca de cremas para piel, y te quiero
imaginando nuestras caras mezclándose.
—
Quiero caminar hacia el mar. ¿Vamos? — Su voz es seca. Vuelvo.
—
Sí, claro. Te acompaño.
Bajamos por la Rua Fonte do Boi
hacia la playa. Enciendo un Lucky
mientras caminamos. Ella no fuma, nadie habla. Al llegar vemos unas mujeres
danzando frente a su diosa. La imagen de Yemayá las observa desde un mar que
ruge. El sol entra en las aguas y mi brazo se desliza por la cintura de
Cristina. Siento su calor. Nos recostamos sobre la arena mientras el fuego
alumbra los cuerpos de las Orishas. Flores, collares y pieles, el universo
hecho danza y mujer, y comienzo a rozarte, a invadir tu mapa; te descubro
viajando desde el África hacia mi sexo. Negra, tu vaivén vuelve, el ritmo, un
tambor. El fin.
III
La arena de ayer se me hace carne
ahora. Combate mis entrañas. Estoy aquí y hay nubes, o allí y la sed se adhiere
a nuestra piel como en un sueño. Ya son ocho semanas de mirar paredes, de
discos, y salir a emborracharnos; de estar bajo sus órdenes. Entonces la estoy
viendo. Camina igual que siempre. Habla igual que siempre.
—
Te quiero presentar a alguien. Te va a dar vuelta. Estoy segura. Le comenté
sobre tus guiones y está interesado. - Habla igual que siempre y sin embargo la
escucho como si estuviésemos dentro de una habitación con paredes de humedad.-
Se llama Marcelo, ya está por llegar. Cena con nosotros, ¿no te importa, no?
—
No, está bien.
Quince
minutos más de Luckys y llega
Marcelo. Seré amable. Es decir, seré lo más amable que pueda.
—
¡Hola! Subí, subí. Ignacio te espera. — su calidez me obliga a sonreír.
—
Boa noite! ¿Cómo está mi Cristinita?
—
Muito bem. ¿Te preparó té?
Marcelo bebe el té. Él me escucha. A
su vez, me escucho hablar sobre el guión que vengo preparando hace ya un tiempo.
Cristina se acerca silbando Beatles y se sienta en el sofá, a mi lado. Empieza
una conversación que no logro asimilar completamente. Hay algo en el bahiano
que me distrae y no puedo reconocer qué es. La escena nace sencilla:
"Desplazamiento de objeto deseado". ¿Quién no desearía poder ser
otro? Hay personas que a través de los años perseveran en la idea de presentársenos
como fantasmas. Caminan a nuestro lado y sentimos la inmensidad del dolor.
Nuestra sangre fluye agitada y posamos nuestros ojos en un vidrio. Es el amor
de muerte.
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